El debut de Alexander Wang al frente de la firma, eso lo dice todo. El diseñador ha sabido acoplarse a las circunstancias, que no eran nada fáciles: tenía que encontrar el equilibrio –un lugar, más bien– en el que instalarse que no fuera tan sporty como lo es su propia marca, que estuviera fuera de la sombra de la duda de la excesiva inspiración en su predecesor, Nicolas Ghesquiere, y que tuviera que ver con el espíritu del fundador de la marca. Y Wang ha conseguido encontrar el centro imposible de ese complicado triángulo. Los diseños que firma para Balenciaga son, del primero al último, una elipse espacial, un continuo dibujar el futuro mirando al pasado, un fluir de líneas contemporáneas –a veces de ademanes casi futuristas– pero con estructuras, proporciones y patrones que se intuyen tienen décadas a sus espaldas. El blanco y el negro escogidos parecían un ejercicio de contención cromática imprescindible para centrarse en la silueta que se revelaba corpórea, definida, limpia, elegante y tremendamente coherente. Una colección perfecta verdad?
↧